domingo, 21 de octubre de 2012

El ángel de Nueva York

Era invierno en la nevada ciudad de Nueva York. El frío calaba entre las más cálidas ropas, ni abrigos ni sobretodos aislaban ese helor, insoportable hasta un punto prácticamente inimaginable. Las calles de Manhattan estaban, lógicamente, vacías, dando un aspecto tétrico impropio de un distrito como éste. Un hombre iba caminado por un callejón impertérrito al frío que asolaba. Un sombrero ajado, una bufanda mal colocada, unos guantes mullidos pero con roturas en las costuras y una gabardina raída por el tiempo era lo único que le cobijaba del gélido ambiente de la noche neoyorquina. Cuando la angosta calle acabó, entró en un bulevar. Justo en ese instante, recortados copos de nieve blanquecina empezaron a descender por un cielo de nueves de un gris pálido y sin vida. El hombre, raudo, aceleró el paso. No tenía ningún sitio al que ir en realidad pero tan sólo el no dejar de moverse era su único aliciente para aferrarse a una vida que le había negado todo. No tenía hogar ni familia y apenas lograba encontrar algún alimento pasajero que llevarse a la boca. Después de unos pocos minutos de haber empezado la cellisca, se originó una ventisca que arreciaba. El hombre amedrentado por los fuertes vientos corrió con celeridad para ampararse en el linde de un portal en una finca humilde. Aterido se sentó y se agazapó para evitar perder un calor corporal muy preciado en estas circunstancias. No tardó mucho en delirar y poco más tarde en desmayarse. En su estancia en un mundo situado entre la vida y la muerte, se le vinieron a la mente recuerdos de tiempos pasados no mucho mejores pero más prometedores. Entonces se le apareció aquel rostro angelical, el único capaz de darle sentido a su vida. Hubo una época en la que había sido feliz, una época en la que la miseria y la pobreza no eran capaz de causarle temor ni angustia, una época en la que había estado ella. Hacía años una joven se había apiadado de aquel hombre que dormitaba en un banco de Central Park al que la hambruna había causado estragos dejándolo con una delgadez que hacía que su cuerpo pareciese deforme. Aquella chica amable y bondadosa le había colmado de atenciones y cuidados que él jamás había tenido ni soñado con tener. Ella le había invitado a dormir en su apartamento pero el hombre cohibido había rehusado y había vuelto a su banco en el gigantesco parque. Pese a aquello la muchacha continuó yendo a visitarlo y a darle comida e incluso ropa. Nunca hablaron de por qué ella hacía todo aquello por él. Poco a poco la confianza surgió entre ellos y un día, después de varios meses, la chica le besó. El hombre estaba anonadado no cabía en sí de gozo, pero tampoco se explicaba como él un pobre mendigo había podido conquistar a tan caritativa alma. Entonces por primera vez en todos aquellos meses se fijó en como era ella. El cabello negro cual azabache descendía dibujando ondas hasta romper en los hombros. Los ojos azules de un color potente y precioso casi único, como el cielo en lugares helados, captaban los rayos solares y parecían brillas con una luz de gran intensidad, parecían reflejar los sentimientos de su poseedora. Los labios rojos carmín hacían destacar una sonrisa blanca que tímida trataba de esconderse entre las comisuras. La nariz junto en el medio de la cara era redondeada y lo más parecido a la perfección en este mundo. En definitiva parecía la faz de un ser superior quizá algún ángel extraviado que se dedicaba a cuidar a los pobres desgraciados del submundo neoyorquino. El hombre abrumado no pudo sino preguntarle si efectivamente era una criatura del cielo. Ella con voz pícara le respondió "¿No me ves las alas?". Inconscientemente dirigió la vista hacia donde debería estar el plumaje albar y casi como un milagro allí estaban se alzaban orgullosas hacia el azul infinito. Atónito se quedó admirándolas durante eternos minutos preguntándose por qué no había visto antes algo tan obvio. Volvió a mirarle la cara un corto periodo de tiempo y timorato besó su boca. Aquel ósculo inocente y prácticamente infantil desembocó en algo más apasionado casi llevado al paroxismo. Pronto no pudo soportarlo más y sintió un arrebato de lujuria desenfrenada. La chica-ángel le correspondió con toda su empatía. En un claro entro los múltiples árboles del magnífico parque, las palomas, las ardillas y algún que otro animal indiscreto fueron testigos de una vehemencia nunca antes vista en el universo. Los ritmos candentes,las miradas lascivas y el desenfreno ocuparon toda la tarde y parte de la noche, hasta que agotados un sueño dulce y mágico se apoderó de ellos. Al día siguiente el hombre se despertó tarde en aquel claro en la mullida hojarasca. Miró a su alrededor en busca de su musa inspiradora de vida, pero no había nada más que soledad en cada soslayado rincón. Una abrumadora tristeza por una pérdida irreparable nació en su pecho. Llorando se posó en un tronco pensando en la mujer que tan abnegada se había apiadado de un pobre y hambriento vagabundo y le había enseñado que la vida es más que dolor y sufrimiento. Esto es lo que su cabeza le mostraba al hombre mientras una ambulancia, caritativamente llamada por una vecina del portal, luchando contra el temporal le recogía y le llevaba al hospital más cercano donde lentamente la vida se le iba escapando al hombre que entretanto rememoraba una y otra vez aquella tarde de otoño de otrora. Antes de exhalar el último halo de vida una sonrisa se le dibujó en su maltrecho rostro que le acompañó definitivamente al otro mundo, un mundo donde su ángel de la guarda le aguardaba para revivir una pasión que las brasas del tiempo había mantenido caliente.
Para un angelito de verdad, Mireia