lunes, 9 de enero de 2012

Un amigo y lo aciago que se siente uno tras su pérdida

Intento recordar que fue aquello que me amilanó tanto en su momento. Aterrado escapé corriendo de la casa de mi amigo sin mirar atrás y sin siquiera despedirme. Cuando llegué a casa me reprendí por ser tan medroso. Mi amigo por su parte impertérrito no se sobrecogió lo más mínimo, cosa que mermó mi confianza hacia mi razón pues ésta no para de avisarme de que había estado en peligro como si de un radar se tratara. Cuando logré calmar mi respiración entrecortada y pude concentrarme, repasé los hechos y lo único que era capaz de rememorar era una angustiosa sensación en el pecho como si el aire no quisiera penetrar hacia mis pulmones mas sabía que respiraba sin problemas. Tras unos minutos cavilando decidí volver a casa de mi amigo a disculparme por mi inexplicable comportamiento que debió sorprender tanto a mi compañero. Nada más llegar a linde de la parcela esa sensación de agonía e impotencia volvió a aparecer, no obstante me armé de valor y continué avanzando. Con cada paso mi congoja iba en aumento y mis deseos de desvanecerme del lugar se incrementaban a su vez. Con el décimo paso las piernas me fallaron, o eso pensé yo, porque lo siguiente que recuerdo es estar tendido en el césped con mi amigo a mi vera. Sin embargo era él el que me había tumbado o eso me explicó más adelante. Según su versión había perdido el conocimiento pero me había mantenido de pie sin dificultades. Con el tiempo tanto mi amigo como yo decidimos olvidarnos del acontecimiento aunque no volví a poner un pie en el hogar de mi camarada. Con los años nos fuimos distanciando. Él se fue a estudiar al extranjero y yo me quedé en el conservatorio de la ciudad impartiendo lecciones de solfeo. Un día sin saber muy bien por qué regresé a mi casa dando un rodeo y pase por el caserón donde antes habitó mi viejo amigo. En ese momento estaba ocupado por personas que debieron adquirir la propiedad hacía tiempo. En ese momento lo que sentí no fue abatimiento y desesperación sino pena y tribulación por no poder volver a ver a mi antigua amistad a la que me encantaría ver aunque fuese en detrimento propio por aguantar el dolor que me producía su casa misteriosamente. Mi desazón fue elavándose con los días pues cada día sin faltar uno pasaba por delante de la casa. Una tarde mi perdida se convirtió en mi puñal y la vieja casa mi tumba y el asesino no fue más que aquello que perdí. La pena acabó con mi vida como si de arena se tratase. La familia que allí vivía me encontró y llamaron a una ambulancia. Ahora años después y con la ayuda de muchos psicólogos mi viva se consiguió salvar. Los médicos me aconsejan reposo y una vida tranquila, pero yo sigo buscando en secreto aquel amigo que perdí por mi cobardía. Un amigo es el apoyo que mejor soporta la vida de las personas, no se debe permitir que nada ni nadie separe a dos buenos amigos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario