lunes, 30 de enero de 2012

Perdón a un iluso

El último adiós, la mirada final, el penetrante desasosiego que cadencioso atormenta mi ser tan miserable como mundano. Cada día de mi luctuosa vida me arrepiento del momento que, lejos de incomodarme al recordarlo, me transporta a una época que rebosa ternura y confianza. Cierto, duele perderlo, sin embargo dolería más no haberlo tenido jamás. Es curioso como las palabras son dueñas de nuestra vida más incluso que nuestros actos. Una palabra cambia el rumbo por completo de las situaciones y las impresiones, un gracias, un perdón... Mi periplo por el mundo de las sombras, que atrapado me mantiene, anuncia una longeva vida repleta de las más tediosas desdichas lejanas a una vieja fortuna que antaño presagiaba felicidad en abundancia. Esa palabra que lo podría haber solventado todo y que, más por codicia que por orgullo, me guardé para mi. Aquel periodo de mi vida fue una orquesta de lascivas miradas y sicalípticos actos que llenaban mi ser hasta el interior más profundo. Mi perfecta biografía de infortunios manchada con la alegría de unos días. Si algún día consigo que las palabras recobren la fuerza de otros tiempos, las primeras serían lo siento.
El perdón es el agua que extermina los incendios del alma.

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