miércoles, 5 de octubre de 2011

El asesino. Parte 1

La habitación era amplia, con una decoración recargada a base cuadros, estanterías llenas de libros, y demás muebles. Agazapado debajo de la mesa pudo observar un suceso atroz que le cambiaría la vida en los sucesivos meses. Encima de la mesita, detrás del sillón favorito de su madre se encontraba el codiciado teléfono. Porqué digo codiciado, ahora lo entenderéis. A mediados de noviembre, Héctor llegó a casa después de acabar la escuela. Al entrar enseguida notó que algo estaba fuera de lugar. Un olor espesaba el ambiente y le dotaba de un cariz pesado. Tardó un instante pudo identificar aquel aroma. Era canela. En primer lugar pensó que su madre debía estar haciendo una tarta o algún que otro alimento de repostería a los que era tan aficionada. Pero enseguida se dio cuenta de que había pensado una estupidez, ya que su madre no salía de trabajar hasta dos horas después. Decidió dejarlo pasar, no pensaba que la canela fuera muy amenazadora. No obstante se equivocaba. Siguió caminando para llegar a su cuarto y desasirse de su mochila. Fue a la cocina para hacerse la merienda, pero al pasar por delante del despacho vio la luz encendida y entró para apagarla. Entonces oyó un ruido en la habitación contigua. A ésta solo se podía acceder desde el despacho, su padre la había mandado construir para tener un rincón privado en el que pensar y trabajar. El ruido se repitió, y se asustó. Estuvo apunto de marcharse cuando se acordó de que su padre libraba ese día. "Debo recordar las cosas más a menudo sino algún día me llevaré un disgusto", se reprendió. Estuvo tentado de llamar a su padre pero un tercer ruido disipó sus ganas. Este ruido estuvo acompañado de la puerta de la habitación saltando por los aires. Se escondió bajo la mesa con celeridad justo a tiempo para observar como su padre salia despedido del cuarto contiguo con casi la misma fuerza que la puerta. Seguidamente un hombre salió al despacho. Era alto y fuerte. Su rostro estaba oculto tras un pasamontañas negro. Su padre le suplicaba clemencia, sin embargo, el atacante se resistía a contestar mientras lo apuntaba con un cuchillo de carnicero. El criminal le susurró algo al padre de Héctor. Desde su escondite pudo leer, no sin esfuerzo, sus labios. Entendió algo así como tu no eres nada para mí, ya no. Mi padre se puso blanco como la cera y empezó a chillar. Ya podía gritar lo que quisiera que no lo escucharían, no viviendo en medio del campo de maíz más grande de la región, pensó Héctor mientras se horrorizaba cada día más por su padre. Entonces fue cuando divisó el teléfono. Aquí estamos en el punto de partida. El teléfono era lo único que podía salvar a su padre, debía llamar a la policía. El único inconveniente es que entraría en el campo visual del agresor un segundo aproximadamente. Consiguió pasar inadvertido hasta llegar al sofá. El atacante estaba tan concentrado en su padre que no se percató de su presencia. Empero sus esfuerzos fueron en vano. Su padre fue acuchillado a sangre fría tan pronto como descolgó el auricular. El asesino partió de la casa sin ningún tipo de remordimiento. Héctor se quedó helado observando el cuerpo de su padre. Su rostro estaba petrificado y desencajado en un cuerpo sin vida manchado de sangre de un rojo metálico. Héctor lloró y a su llanto se unió los gritos de una mujer que acababa de llegar a casa. Su madre. Ella llamó a la policía. Héctor tuvo que rememorar su experiencia para su madre y un policía que se mostró de lo más simpático, mas nada aliviaba su dolor. Él y su madre se mudaron por un programa de protección especial del estado. Al llegar a su nuevo hogar estaban lánguidos y con ganas de llorar pero sin una sola lágrima que derramar, ya que se habían secado plañendo por un hombre que jamás volverían a ver.

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